Palacio de los Guzmanes
Entras en la plaza de San Marcelo, buscando el palacio de los Guzmanes y sin querer, tu mirada se cuelga sobre la fachada de la Casa Botines, con su foso enrejado, sus torres puntiagudas y la hechura poderosa que trasmiten sus sillares tallados en piedra caliza y no hacia ese edificio de paredes ocres y líneas perfectas que se camufla entre los edificios de la calle Ancha y en parte, oculto por la propia Casa Botines.
Situado en pleno centro de la ciudad de León, el palacio de los Guzmanes es una obra renacentista cuyas líneas sirven para mostrarnos a través del lenguaje simbólico el modo de vida de su moradores.
En el Renacimiento, la casa señorial es la mayor representación del modo de vida de la familia noble en la Edad Moderna y de su papel protagonista en la ciudad.
Importada de Italia, la arquitectura renacentista viene a realizar edificios perfectos, diseñados para obtener la máxima armonía y proporción. El nuevo modelo palaciego busca dar cabida al espíritu individualista propio del hombre del Renacimiento.
Y sus construcciones se alzan mediante fachadas monumentales y siluetas independientes de edificaciones próximas.
No lo tenía fácil el principal de la casa de los Guzmanes, don Ramiro Núñez de Guzmán, cuando a mediados del siglo XVI decide levantar su palacio en los terrenos que posee en la ciudad.
Se proyecta un palacio grande (como la casa que regenta) y de líneas rectas (típico del renacimiento), que choca frontalmente con el tamaño de los solares que pose don Ramiro, que a pesar de estar en uno de los espacios más valorados y representativos del centro urbano, lo están sobre un entramado de calles de líneas onduladas, que poco o nada favorece el diseño de la casa de los Guzmanes. Y sobre todo, su proyecto choca contra la vieja muralla romana que cierra el paso a sus necesidades de abrirse y destacar en el conjunto de la ciudad.
Contando con suficiente representación y apoyos en los órganos del Consistorio, este accede a su petición, derribando el tramo de muralla que estorbaba, así como dándole autorización para expropiar y derribar los edificios que le molestaban e impedían que el palacio apareciera aislado, libre de edificios anexos que impida la visión del poderío de los Guzmanes.
En el año 1566 con planos dirigidos por Rodrigo Gil de Hontañón, se levanta la fachada principal (la que mira hacia la plaza de San Marcelo) y se van realizando las expropiaciones, diseño y obra de las nuevas calles de trazado regular.
A finales de ese siglo se interrumpen las obras y el palacio queda incompleto (incompleto, pero con las dos alas levantadas -las que dan a la plaza y a la actual calle Ancha- y todo el patio, permitiendo que el edificio fuera habitable).
Sin finalizar, el palacio dejará de ser la residencia oficial de la familia, lo que propicia su deterioro, decadencia y ruina.
El edificio tendrá que esperar hasta 1981 para que la Diputación de León compre las ruinas del palacio a los propietarios en aquel momento (los condes de Peñaranda de Bracamonte) y proceda a la reparación de la parte existente y finalización de las dos alas restantes.
Entro en la plaza y mi mirada que sabe hacia dónde ha de fijarse, recorre la fachada principal, se cuela por la estrecha calle entre el palacio y la Casa Botines (calle Ruiz de Salazar) y busca, no el tamaño y majestuosidad del edificio, sino el corte en la muralla romana que fue preciso derribar para satisfacer el ego del arrogante Ramiro Núñez de Guzmán.
Comentarios
Publicar un comentario