Peña de San Pedro (Peñaruelo) en circular, desde el mirador de Vegamián
Desde la cima de la Peña de San Pedro |
2 de Junio de 2022
Madrugo, temiendo las tormentas que puedan generarse a medio día, pero mirando de reojo al paso por los pueblos si algún bar ha tenido la amabilidad de abrir sus puertas para ofrecer a los paseantes mañaneros la posibilidad de tomarse un café.
Sin suerte con los placeres cafeteros, aparco el coche en el mirador de Vegamian y antes de sacar la mochila del maletero, me acerco hasta la baranda del mirador para buscar el reflejo del Susarón sobre las aguas del embalse. Pero hoy no hay reflejo, al igual que tampoco hubo café.
Apenado (por no ver el reflejo del Susarón) y adormilado (por no tomar café) comienzo la caminata por la carretera, desandando lo recorrido con el coche, hasta la curva donde el embalse se cierra por el sur y donde muere la arista que desciende de la Peña de San Pedro.
El Peñaruelo o Peña de San Pedro, la discreta cima de la orilla oriental del embalse y uno de los cuatro o cinco mejores miradores de este.
Un recorrido circular que me lleva (una vez superado el pequeño valle por el que le entro) por su ladera sur, donde la encina gana la partida al canchal y donde mi vista se pierde en el cercano bosque de Pardomino (el bosque de los mil valles). Un pequeño sendero, que pierdo por momentos, un repecho final y alcanzo la arista que me brinda unas vistas increíbles del embalse y de los valles y montañas que le rodean.
La cima sorprende con su enorme cruz, situada en la antecima que no siendo el punto más alto, mira o se deja ver desde la carretera.
Las moscas no quieren que disfrute de la cima y por más que agite los brazos, terminan colándose entre las gafas, la boca o las narices.
Desciendo (solo, sin la compañía de las moscas que han preferido las vistas desde la cima a seguir chupando la sal de mi piel) por la arista contraria, en busca del tejo del Peñaruelo, el icono de esta cima y punto de referencia cuando conocemos de su existencia, desde las cimas vecinas.
Solitario, en mitad de la pendiente, el tejo del Peñaruelo se alza con la fuerza de sus cientos de años, donde desde su rincón ha podido ver como los valles desaparecieron bajo las agua y sin saber que pocos metros por debajo de sus raíces una pista enlaza su balcón privilegiado con la línea de asfalto.
Es por esa pista por la que voy descendiendo, tranquilamente, disfrutando de los colores de la primavera y de las líneas atrevidas de Peña Armada y del Susarón que llaman ser ascendidas.
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