Miro de Tejedo desde Villager de Laciana (Brañas de Chiburnial y Buenverde)
Cima del Miro de Tejedo |
De nuevo por el Alto Sil, el espacio donde la naturaleza se muestra grandiosa sin ostentación y donde el oso campa a sus anchas.
Y de nuevo hacia un miro, en esta ocasión hacia el Miro de Tejedo, un sorprendente balcón sobre el valle de Laciana y sobre el vecino valle de Tejedo, del que toma nombre.
El amanecer me sorprende entrando en Omaña, por el estrecho valle que asciende hacia el Puerto de la Magdalena, siempre con la esperanza de un encuentro fugaz con "baldomero" mientras desciendo el puerto hacia Rioscuro.
Villablino comienza a despertar cuando lo cruzo camino del polígono de Villager de Laciana donde aparco el coche.
Por el camino que asciende hacia la braña de Buenverde, entre un robledal desnudo y al poco, con una capa de nieve recién caída que ha venido a cubrir la ya existente.
Un camino que sube sin interrupción, con fuerza, con ganas de ganar altura para dejarnos buenas vistas sobre el valle y las vecinas montañas que estos días se engalanan con una capa blanca.
La braña de Chiburnial o Tseburnial (según aparece en su fuente) a primera hora de la mañana resulta un lugar frío, sombrío y poco apetecible para el descanso.
A partir de Chiburnial el roble cede protagonismo al abedul, creando un paisaje típico de latitudes más norteñas.
Entrar en la braña de Buenverde es entrar en el reino de la luz.
Luz, amplitud y un extenso bosque cubriendo las laderas circundantes que se encabrita hacia las cimas.
Es en Buenverde donde la nieve adquiere mayor espesor lo que me obliga a poner raquetas y abrir mi propio camino.
En primer lugar, por el abedular de Brañarronda, donde viejos ejemplares cargados de líquenes se retuercen formando esculturas naturales y más tarde hacia el collado de las Cogochas, el punto desde donde el valle de Tejedo se muestra bajo nuestros pies.
Ultimas rampas hacia el Miro, balcón inigualable donde en un día como el de hoy, la vista solo encuentra freno en nuestra propia visión.
Alcanzo la cima y me dejo inundar por la luz, con la tranquilidad de saberme superfluo, sin prisa y sin meta remunerada.
Hasta que el aleteo de un pájaro me saca del trance y decido comenzar el descenso siguiendo la arista hasta encontrar el camino que me devuelve a las brañas de Buenverde.
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