Peña Perico, Castillo de Aquilare y miradores desde Olleros de Sabero
El Valle de Sabero desde la cima de la Peña Perico |
Buena rutilla me marque esta mañana de sábado por el Valle de Sabero.
Rincones que se esconden cuando con prisa recorremos el valle camino de zonas más alejadas y con mayor renombre.
Allá fui a buscar la primavera que ha vuelto a esconderse tras las montañas desde las que me enviaba un viento helador.
A la Peña Perico le entro desde Olleros de Sabero, caminando por una pista que cruza por el Hayedo de Olleros y se dirige hasta un collado para entrar en el Valle de Cistierna. Pero al poco, dejo la pista y subo campo a través hacia los roquedos para luego ganar la arista.
La arista, que da vistas a todo el Valle de Sabero, me conduce con rapidez a la cima.
En la cima me entretengo mirando sus buzones y alzando la cabeza, a las montañas cercanas de Ocejo (Los Moros, La Rionda) y las también próximas de Fuentes de Peñacorada (Peñacorada, Peña Villa y Pico Pardal).
Y mucho más próxima, bajo mis pies, la torre donde se encuentran las ruinas del Castillo de Aquilare (siglo X), a las que de inmediato me encamino.
Por una vallada que se deja caminar, driblando las escobas y viendo la buena protección que encontró el señor del castillo para colocar su morada.
Sin arqueros que frenen mi progresión, alcanzo con relativa facilidad (y unos cuantos soplidos) la cima, donde encuentro restos del muro defensivo, del aljibe y de lo que sería propiamente el castillo.
Desde ese altivo promontorio, los vigilantes del castillo en sus tediosas guardias, verían la pequeña meseta que unos cientos de años atrás ocuparon los Vanidienses que también corrieron por estas alturas hasta que los romanos los bajaron a los valles.
En esa meseta, en los extremos que miran hacia Santa Olaja, es donde el Ayuntamiento de Sabero ha tenido la brillante idea de colocar dos estupendos balcones, hacia los que ahora encamino mis pasos.
El primero que alcanzo (el mirador de Vegamediana) se levanta sobre el antiguo lavadero de carbón de Vegamediana. Desde este mirador se abre un paisaje soberbio, pero a la vez, con los restos del lavadero, un paisaje que emana una austeridad profunda y esquelética, con una nota de tristeza.
La luz ha ido cambiando y cuando llego al segundo mirador (mirador del Castro), los Moros y las montañas vecinas, se muestran con más nitidez, al igual que todo el valle que se desparrama bajo mis pies.
Ya solo queda descender hasta el Prao del Fuego y recorrer el camino entre bosque para cerrar el círculo en Olleros, mientras me voy cruzando y saludando a los caminantes que no han madrugado tanto como yo.
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