Cresta de Peña el Águila - Aguasalio - Pico Roscas y Tejo de Borbonejo
Con el Pico Roscas, la Rionda y los Moros como telón de fondo |
Caminamos con un silencio insondable y por un paraje nada hospitalario, que tolera la intromisión del visitante bajo su propio riesgo, sin hostilidad, más bien con una indiferencia total.
Continuamos con las madrugadas, intentando evitar el sopor del mediodía. Pero en esta ocasión el mediodía (y algo más) nos sorprende durante la bajada, cuando perdido el sendero por el que descendíamos una vez visitado el Tejo de Borbonejo, nos vemos obligados a cruzar por una espesa mancha de matorral, donde las escobas nos superan en altura, en busca de una camino que se vislumbra más abajo.
Pero hasta ese momento la cosa había marchado según lo previsto.
Aleje aún no ha despertado cuando aparcamos al final del pueblo. Nuestro camino bordea la Peña Tres Picos para encaminarse hacia las Pilas de Villar, el estrechamiento entre esa cima y la larga arista que desciende desde la cima del Peña del Águila (y por donde corren las aguas del arroyo Cañal).
Buscando los mejores pasos, superamos el muro que nos cierra el paso, para colocarnos sobre la arista de la Peña del Águila.
Terreno montaraz, salpicado de encinas de gran porte y con abruptas caídas por su vertiente este, la que mira hacia los Moros y Peña Rionda.
La cima del Águila despierta cuando hoyamos su cumbre. Una cima sin cruz, sin un hito que marque el punto más alto.
Nosotros, hijos de la civilización, extraños por nuestros orígenes a esa naturaleza salvaje (urbanitas), somos más sensibles a su grandiosidad que aquellos que han podido contemplarla desde su infancia y que viven con ella en un plano de familiaridad y por eso nos deslumbran sus vistas y nos sentimos obligados a levantar un pequeño altar (cuatro piedras) que marque su cima.
Con una cima tendríamos que sentirnos bien, pero nuestra "pasión por las cumbres" nos lleva de travesía hacia la cima del Aguasalio, con sus excelentes vistas hacia el valle de Crémenes, hacia el Pico Roscas (otra gran desconocida de la Montaña Leonesa) mientras volamos sobre el valle de Tejedo, para antes de chocar con la Rionda, descender por una angosta canal hacia el lugar donde se atesora una de las joyas botánicas de la provincia: el Tejo de Borbonejo.
Quién nos iba a decir (ahora que ya habíamos puesto toda la carne sobre el asador) que más abajo, entre las escobas y con un sol aplatanándonos las orejas, íbamos a perder el camino.
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