Montes de Peñalaza (Peña Laza y Peña la Carbona) desde San Martín de la Tercia
Sobre la cima de Peña Laza |
Días de invierno fríos, quedos y con una película de escarcha sobre la hierba que recuerda los cinco bajo cero que marcó el termómetro del coche.
Y entre aquel silencio congelado me movía lentamente, intentando desperezarme del tiempo pasado, con la moquilla en la punta del la nariz.
San Martín me ha recibido con la habitual indiferencia de los pueblos de montaña en invierno; vacío, apagado y sin perro que salga a ladrarme, ni vecino que me recuerde que es malo caminar solo por la montaña, sin saber que me gusta (en ocasiones) caminar sin compañía, sin testigos de mis afanes, saboreando el despertar del día y creando mi propia suerte.
El camino carretero que tomo en San Martín desaparece cuando llego a las praderías de la base de los Montes de Peñalaza.
Disfruto del sendero, caminando frente al sol, perdiéndolo, hasta que decido olvidarme de él y busco la vertical hacia el roquero de este minimacizo que guarda los sueños de aquellos Bravos que defendieron sus posiciones ante los rebeldes.
Peña Laza tiene en su cima una cruz recuperada de algún camposanto, quizá en memoria de los que perdieron la vida en su cumbre, en un intento de domar tigres con buenas palabras, o simplemente porque alguien la encontró tirada y no supo de mejor lugar donde colocarla.
A pesar de la macabra cruz de cumbre, hay que decir que Peña Laza goza de unas estupendas vistas de todo el valle de la Tercia, del de Casares y hasta del de Villamanín.
Desde las alturas los Montes de Peñalaza tienen una apetitosa forma de croissant, que ahora voy recorriendo, poco a poco, hacia la cima gemela del norte.
Peña la Carbonara gasta nombre de plato italiano y goza de mejores vistas hacia el macizo de las Ubiñas y hacia el Puerto de Pajares que se descubre bajo nuestras botas, a un pequeño salto de gigante.
La roca de los Montes de Peñalaza ha intentado joder mis tobillos durante toda la mañana y ahora, durante el descenso, es la maturranga la encargada de lacerar mis pantorrillas hasta que alcance las praderías.
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